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JOYAS CON HISTORIAS

Joyas con Historias: Sólo tú podrás descifrarlo

viernes 12 de marzo de 2021, 07:00h
Elena Almirall
Elena Almirall
Por Elena Almirall | Nada más emocionante que descubrir una palabra oculta en un poema, contar con un lenguaje privado para dos o esconder una frase secreta en una joya. Dicen que fue el famoso joyero francés Jean-Baptiste Mellerio (1765-1850) quien inventó lo que después se conocería como joyería acróstica, al crear un anillo con cuyas gemas se podía deletrear la frase J’adore.

La maison Mellerio dits Meller afirma ser la empresa familiar más antigua de Europa, pues sus orígenes se remontan al año 1613, cuando, bajo el mecenazgo de la reina María de Médici, se les otorgó el privilegio de comerciar en todo el territorio de Francia sin tener que someterse a las restricciones administrativas aplicadas entonces. A finales del siglo XVIII, Jean-Baptiste abriría taller y tienda en Versalles, donde contaría con clientes importantes como la reina María Antonieta o los emperadores Napoleón y Josefina.

Napoleón Bonaparte, nacido en Córcega en 1769, fue un militar y estadista que llegó a convertirse en emperador de los franceses. Su historia de amor con Josefina ha pasado a la posteridad como una de las más románticas del mundo -aunque, por lo visto, no lo fue tanto-.

Cuando se conocieron, ella era viuda del político Alejandro de Beauharnais, que había sido guillotinado durante la Revolución Francesa mientras ella estaba en prisión, y tenía dos hijos, Eugenio y Hortensia. Ni eso, ni que fuera seis años mayor que él le importó al entonces general, que quedó deslumbrado por ella nada más verla. Seis meses después se casaron y el matrimonio duró 13 años, en los que hubo desde amor y pasión hasta celos e infidelidades.


Lo jeroglífico, lo secreto, lo privado siempre ha fascinado al ser humano y las joyas acrósticas tienen esa combinación de misterio e intimidad que es capaz de seducir hasta al más célebre de los emperadores


Como Josefina no pudo darle un heredero, en diciembre de 1809, Bonaparte se divorció de ella y, al año siguiente, se casó con María Luisa de Austria, uniéndose, de esta manera, a una de las principales casas reales de Europa para consolidar así su imperio.

Pulseras de Napoleón y María Luisa

Tanto Napoleón como Josefina fueron grandes amantes de la joyería y el lujo, y entre sus alhajas encontramos interesantes ejemplos de acrósticos. Lo jeroglífico, lo secreto, lo privado siempre ha fascinado al ser humano y las joyas acrósticas tienen esa combinación de misterio e intimidad que es capaz de seducir hasta al más célebre de los emperadores.

El alfabeto acróstico consiste en deletrear palabras utilizando diferentes gemas, es decir, en usar las iniciales de las gemas para crear un vocablo o, incluso, una frase. De hecho, si se observan, por ejemplo, las pulseras de este tipo, es fácil darse cuenta de que los colores de las gemas no acaban de combinar bien y surge, entonces, la pregunta de por qué se pusieron juntas. La respuesta es clara: existe un código secreto, una clave para descifrar el mensaje que la joya esconde.

Brazaletes Eugene y Hortense, con sus nombres 'encriptados' tras las gemas

En 1806, año en que Napoleón adoptó oficialmente a su hijo Eugenio de Beauharnais y su hija se comprometió con Luis Bonaparte, futuro rey de Holanda, la emperatriz encargó a Francois-Regnault Nitot, de la casa Chaumet -una de las joyerías preferidas de los Bonaparte-, que fabricara dos pulseras con los nombres de sus hijos: Hortensia y Eugenio.

Para Eugenio (Eugene) se utilizaron una esmeralda, un cristal uniaxial (no sabemos exactamente cuál, se suele describir como 'uniaxe' pero no se dan más datos), un granate, otra esmeralda, un nícolo y otra esmeralda más. Para Hortensia (Hortense), una hessonita, un ópalo, un rubí, una turquesa, una esmeralda, un nícolo, un zafiro (saphir, en francés) y otra esmeralda.

Nitot se convertiría en el joyero oficial de Napoleón y ambos trabajarían conjuntamente en la elaboración de un regalo para su segunda mujer, María Luisa: unas pulseras de oro que llevaban engastadas piedras preciosas, cuyas iniciales deletreaban el nombre de ambos, sus fechas de nacimiento, la de su primer encuentro y la de su boda. Tres pulseras con un lenguaje enigmático, con un código solo comprensible por el donante y la receptora. Una bella forma de conmemorar y recordar las fechas clave de su historia de amor.

A la izquierda, broche georgiano 'llave de mi corazón' con acróstico regard. A la derecha, anillo también victoriano con la palabra dearest

La joyería acróstica se popularizó en Inglaterra, tanto en la época georgiana (especialmente entre 1800 y 1830) como en la victoriana (1837-1901), siendo, en esta última, muy famosas las joyas con la palabra dearest (la más querida), que combinaban diamante, esmeralda, amatista, rubí, esmeralda, zafiro (sapphire) y topacio; o incluso regard (apreciar/estimar), con rubí, esmeralda, granate, amatista, rubí y diamante.

Ya en el siglo XX, el excéntrico aristócrata Fulco di Verdura, que sería jefe de diseño del departamento de joyería de Coco Chanel y, más tarde, colaboraría con algunos de los grandes personajes del mundo de la joya como Paul Flato o con famosos artistas como Salvador Dalí, sentiría fascinación también por el misterio de los acrósticos, creando una pulsera en la que deletrearía la palabra dear (querido/a).

A la izquierda anillo de Jessica MacCormack con el acróstico Beloved (Amado). A la derecha otro anillo, esta vez de Lulu Frost, con las gemas indicando Secret (Secreto).


En la actualidad, este estilo de joyería, romántica y secreta, está experimentando un cierto revival gracias a joyeras como Jessica McCormack, Erica Weiner, Lulu Frost y Priyanka Kedia (esta última con una colección de piezas para reforzar el amor propio), o firmas como Cartier y Chaumet, que han recuperado los acrósticos en algunas de sus joyas más sentimentales: anillos de compromiso con un mensaje oculto, pulseras de amor, colgantes en forma de trébol para la amada o el amado…

Brazalete de Fulco di Verdura y colgante trébol, de Cartier.

Personalmente, me encanta la idea de tener una joya-jeroglífico que diga mucho más de lo que se puede ver a simple vista, que suponga un guiño de complicidad entre enamorados. Un anillo, una pulsera, un broche o un collar que sólo tú y sólo yo podamos llegar a descifrar.

Elena Almirall Arnal es Gemóloga, Tasadora y doctora en Historia por la Universidad de Barcelona. Además acaba de estrenar su propia web dedicada a la formación y la cultura: www.todoesarte.com


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