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EDITORIAL

¿Necesita Iberoamérica otro 'proceso Kimberley'?

lunes 06 de junio de 2016, 07:00h
Un niño trabajando en una mina en COlombia. Foto: www.fundacionhilosdeoro.org
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Un niño trabajando en una mina en COlombia. Foto: www.fundacionhilosdeoro.org
En la primera década de este siglo se cruzaron dos fenómenos, a priori inconexos, que dieron pie a la actual situación de la minería del oro en buena parte de Iberoamérica: Los altos precios del metal y la guerra contra el narcotráfico.

Ante la presión norteamericana y de los Gobiernos locales, los grupos criminales que controlaban el tráfico de la droga diversificaron su negocio y vieron en el fragmentado sector de la minería una ‘excelente’ oportunidad para medrar, a menor riesgo y con beneficios más jugosos.

Y con unos precios del oro al alza, los grupos criminales llegaron para quedarse. Los datos son más que preocupantes, según el estudio de una agencia suiza: el 28% del oro de Perú, el 30% de Bolivia, el 77% de Ecuador, el 80% de Colombia y entre el 80% y el 90% de Venezuela se produce y exporta sin ningún tipo de control oficial.

Y eso es mucho oro si tenemos en cuenta que Perú, por ejemplo, es el sexto productor mundial con unas 150 toneladas anuales. En total se estima que esos siete países, a los que se añaden México, Brasil y Nicaragua, producen en torno a 160 toneladas anuales de oro ‘sucio’, equivalentes a unos 7.000 millones de dólares.

Esta actividad incontrolada supone daños ambientales sin precedentes en áreas como el Amazonas, pero sobre todo genera una ‘industria asociada’ como es el tráfico de personas, la prostitución y la explotación infantil... que también es controlada por las mafias.

Desde algunas instituciones internacionales se están haciendo tímidos esfuerzos por paliar esta situación, pero lo cierto es que esta cuestión no ocupa ninguna portada de los medios nacionales o extranjeros.

Y mientras tanto este conflicto silencioso sigue creciendo sin que las administraciones locales tengan capacidad para afrontar el problema. Sin una verdadera intervención internacional ––como ocurrió en el Proceso de Kimberley con los diamantes de sangre en África––, la solución parece lejana. ¿Será necesario esperar a que Hollywood se ponga manos a la obra?..

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