La ausencia de Swatch supone un duro varapalo para el encuentro joyero y relojero suizo. No sólo porque las 18 marcas del grupo se encuentran entre las principales firmas relojeras del mundo, sino también por el efecto ‘llamada’ que puede suscitar entre el resto de fabricantes, tanto suizos como internacionales.
El daño para la imagen de marca de este evento global puede ser grave, si además tenemos en cuenta que Baselworld atraviesa uno de los peores momentos de su historia: El año pasado recortó en dos días la duración del evento y su número de expositores se redujo hasta la mitad, pasando de los 1.300 a los 650. Razones por las que la empresa gestora ha decidido cesar a René Kamm, al frente del evento en los últimos 20 años.
Y una de las principales razones de estos significativos recortes no es solo la desaceleración del mercado global de la alta joyería y relojería. Buena parte del malestar, tanto de visitantes como de expositores, está directamente relacionado con los desmesurados costes de participación y de la propia vida en la ciudad durante la feria.
De hecho, fuentes de Swatch cuantifican en unos 50 millones de dólares la inversión que les supone cada participación en el conjunto de sus marcas (incluyendo espacios, personal, alojamientos, transporte, dietas, promociones... etc) y esa es una cantidad inmensa, incluso cuando se trata de un ‘primer espada’ como el grupo suizo.
Fabricantes más modestos, muchos de ellos españoles a los que este Periódico ha visitado a lo largo de los últimos años, también sitúan el foco en una inversión sobredimensionada que difícilmente se acaba recuperando.
Los tiempos han cambiado y, junto a la necesaria reforma de modelos de feria como la de Basilea, también ha cambiado el modo de entender el lujo. La industria no se sostiene del ‘glamour’ que proyectan los grandes fabricantes, sino de la gran masa crítica de las pymes joyeras y relojeras. Yeso debe entenderlo tanto la Organización como la ciudad suiza en su conjunto.
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