Que el conocido como Tesoro del Carambolo no perteneció a la quimérica Atlántida como postulaban algunos apasionados pseudoinvestigadores ya era un hecho para la comunidad científica más rigurosa de nuestro país. Lo que no se sabía a ciencia cierta era el origen de este fabuloso conjunto de piezas de joyería encontradas fortuitamente en las cercanías de Sevilla en el año 1958.
Pero retrocedamos al origen de tan peculiar descubrimiento. El hallazgo se produjo en la localidad de Camas, en un cerro (que allí se llaman carambolos) a tres kilómetros de la capital hispalense, donde se trabajaba en la ampliación de la Real Sociedad de Tiro de Pichón sevillana.
Por esas cosas que tiene la fortuna el arquitecto decidió a última hora ahondar más de lo previsto en una zona y fue allí donde, casi a ras de suelo el albañil Alonso Hinojo del Pino desenterró un brazalete. Tras la primera sorpresa los operarios siguieron profundizando hasta dar con una especie de orza de barro que contenía el resto del tesoro.
En total se trataba de 21 piezas muy elaboradas en oro de 24 quilates y con un peso total de 2.950 gramos. Sin embargo los trabajadores pensaron en un primer momento que se trataba de algún tipo de copia en bisutería de latón y decidieron repartírsela. En su desconocimiento, algunos incluso rasgaron el metal para comprobar rudimentariamente si se trataba de oro.
Poco tiempo más tarde y, ante la sospecha de que su posesión podría acarrearles problemas, los operarios decidieron entregar las piezas a las autoridades locales y a partir de ahí comenzaron todo tipo de especulaciones sobre su origen que han venido evolucionando hasta nuestros días.
Desde la Atlántida a Tartessos
Lo que hasta ahora se ha tenido claro es su datación. Según los análisis la fabricación del conjunto está datada, según varios expertos, en un lapso entre los siglos VI a V a.C. para el collar, y en torno a la primera mitad del siglo VII a.C. para el resto de las piezas.
Y en cuanto al origen de las piezas, las primeras investigaciones atribuyeron la creación de estas piezas a la cultura de Tartessos, una civilización local aún envuelta en el misterio, que floreció desde el siglo XII a.C hasta que desapareció de la historia en torno al siglo VI a.C.
Los más osados siguen creyendo que las joyas fueron labradas por los habitantes de la legendaria Atlántida, aunque sin más pruebas que las calenturas de su propia imaginación.
Sin embargo, a partir de 1979 los investigadores lanzaron otra teoría que concilió más acuerdo entre la comunidad científica: las piezas pudieron llegar a través de los navegantes fenicios que llegaron a esa zona del Mediterráneo en el siglo VII a.C.
Más cerca de la verdad
Sin embargo ahora estamos más cerca de conocer más datos sobre el tesoro a juzgar por el estudio publicado este mes en el Journal of Archaeological Science por la Universidad de Huelva. Aunque no arrojan la ‘luz definitiva’, sí que demuestra que las piezas no llegaron hasta el Carambolo desde la otra orilla del Mediterráneo.
El grupo de científicos españoles encabezados por el arqueólogo Francisco Nocete ha realizado un análisis químico e isotópico a los fragmentos de oro que se desprendieron de las piezas maltratadas por sus descubridores y concluyen que el metal procedía de una zona muy cercana al hallazgo, concretamente de la localidad de Valencina de la Concepción, situada a unos dos kilómetros del Carambolo.
Con estos datos los investigadores llegan a la conclusión de que las piezas debieron ser el producto de la mezcla de culturas, local y fenicia, ya que las piezas cuentan con una amplia variedad de técnicas como la filigrana, el soldado, la fundición a la cera perdida, el laminado y el troquelado, algunas de ellas ya empleadas desde el tercer milenio antes de Cristo.
El análisis resuelve así uno de los misterios con más controversia de este tesoro y pone en valor la trasferencia de conocimientos y de técnicas que se han venido desarrollando a lo largo de las orillas del Mediterráneo desde el origen de las civilizaciones, cuando las fronteras no eran un obstáculo casi insalvable.