Por Erika Junglewitz | Globalización, una palabra que está en boca de todos. Opiniones hay de todos los colores, a favor y en contra. Pero la realidad es que nos ha alcanzado, queramos o no, y sin darnos cuenta.
Antes nos enterábamos de ese otro mundo, en parte por El Corte Inglés. Ahí nos topábamos con el mes de la India, de China, de México o lo que tocara. Ahora no es necesario entrar en unos grandes almacenes. Aparte de los que viajan tres veces al año a los lugares (cada vez menos) remotos del mundo y compran in situ lo que se les antoja, tenemos tiendas chinas en todas las esquinas, restaurantes indios, afganos, etíopes, peruanos y lo que se nos antoje.
¿Y las tradiciones y costumbres? ¿Quién había oído hablar de Halloween hace 20 años? Incorporamos a nuestras costumbres los correspondientes disfraces con calaveras, los abetos navideños nórdicos, los edredones de pluma, el Santa Claus y le cantamos Noche de Paz en inglés. El afán comercial detrás de todo esto es indiscutible.
¿Porqué no intentamos adoptar costumbres foráneas que, además, nos sean útiles para salvar el negocio joyero?
Podría hacer una lista interminable sobre la adopción de nuevos hábitos que han llegado a nuestro entorno globalización mediante. Pero mi pregunta es, ¿Porqué no intentamos adoptar costumbres foráneas que, además, nos fueran útiles para salvar el negocio joyero español y europeo?
Yo propongo fomentar nuevamente el antiguo ajuar nupcial copiando las costumbres de la India. Cualquier joyero se contentaría con vender una mínima parte de las alhajas que se aprecian en la imagen.
Además, a la hora de divorcio o separación, sería un patrimonio mucho más fácil de repartir que cualquier propiedad inmobiliaria y de paso un aumento considerable de la demanda de tasaciones para nuestros socios.
Por cierto, que para ello no haría falta viajar a la India. Bastaría con acercarse al joyero de confianza. Sería bastante más sostenible.
Erika Junglewitz preside la Asociación Española de Tasadores de Alhajas