Ya en el siglo IV, se conocían depósitos de diamantes en la India. Luego, en el siglo XVIII, la gran demanda de estas piedras por parte de las cortes reales del Viejo Mundo hizo que se agotaran rápidamente. Pero se descubrieron nuevas minas en Brasil, en la región de Minas Gerais. Luego, en 1866, en pleno s.XIX, se descubrió un depósito nuevo e incluso más importante en Sudáfrica, y miles de buscadores, presos de una especie de fiebre del oro pero para con los diamantes, corrieron allí para enriquecerse. Hoy, los principales depósitos de diamantes se concentran en países africanos como Botswana, Congo y Angola. Otros países como Rusia, Australia o Canadá, también son productores.
Su brillo adamantino, tan atractivo para nuestra vista, se revela en la forma en que se corta, una técnica que ha evolucionado a lo largo de los siglos. De hecho, fue el uso del cristal en bruto lo que siguió extendiéndose hasta el siglo XIV, cuando el cristal comenzó a pulirse y facetarse. El corte de diamantes volvió a mejorar en el siglo XX gracias a una mayor comprensión de las Ciencias, en concreto, de la Física y la Óptica. Fue Marcel Tolkowsky quien creó el corte moderno con sus 54 facetas, llevando así el “fuego” del diamante a su máxima expresión para u mayor deleite.