Hace unos años había tres documentos que se guardaban en cada casa con especial celo: las escrituras del piso, el libro de familia y la cartilla militar. En los tiempos que corren el libro de familia cada vez es más prescindible y lo referente a la mili tiene connotaciones de batallitas del abuelo.
Sólo quedan a buen recaudo las escrituras, por lo menos mientras la propiedad privada siga vigente. El resto de los papeles, recibos o facturas suelen pasar un tiempo de purgatorio metidos en ese cajón de sastre donde cohabitan con un rotulador seco, un frasco de jarabe para la tos, unas pilas agotadas y unos auriculares del AVE hasta que un día no se sabe cómo desaparecen.
Especial cuidado ponemos cuando se trata de la garantía de un aparato electrónico, pero pasado un tiempo, justo cuando nos vaya a hacer falta, no recordaremos dónde la guardamos.
En el caso de las joyas se acusa aun más. Muchas fueron compradas sin mediar papel alguno y las que tuvieron factura es muy difícil que el documento haya perdurado. Que yo recuerde sólo en una ocasión un cliente me aportó la factura original de una joya que quería tasar y que tenía más de cincuenta años.
Supongo que pasará lo mismo con nuestros informes y certificados, durante un tiempo estarán muy bien guardados hasta que el tiempo se encargue de relegarlos al olvido y nunca más se supo. Como todo en la vida.
Enrique Orozco es vocal de Comunicación de la Asociación Española de Tasadores de Alhajas.