El mundo del proveedor cuyo brazo armado es el comercial es punto y aparte. Yo particularmente prefiero un representante serio a un tipo chistoso y con mucho mundo, quiero a alguien que cumpla con su trabajo no al rey del mambo para una juerga. También me pone nervioso el vendedor martillo pilón, el pesado que insiste una y otra vez y acaba por ser como un ectoplasma que se materializa a poco que te descuides.
Hay gente que da gusto oírlas y otras cuya conversación aburre al manso. Con unos pocos días de diferencia nos han dejado dos personas que, cada uno a su manera tenían el don de comunicar. Ambos argentinos, menudos, longevos y de los que se podía deducir a tenor de su apostura y elegancia un pasado de seductor nato.
Uno se llamaba René Lavand, tal vez el mejor ilusionista del mundo, a pesar de ser manco. Alguien dijo que más que manco mejor se podría decir que le sobraba una mano. Y además nos regalaba sus juegos envueltos en el maravilloso papel de regalo de las historias que iba desgranando.
Y el otro el marido de nuestra compañera Mónika, David con quien compartimos algunos viajes. Se queda en nuestro recuerdo las charlas alrededor de una mesa cuando con su hilo de voz y su melodioso acento nos iba enganchando hasta dejarnos con la boca abierta.
A René lo escuché rematar una actuación con un poema de Atahualpa: yo quiero un caballo negro y unas espuelas de plata, para correr tras la vida, que se me escapa… que se me escapa.
Enrique Orozco es gemólogo. Socio de AETA y vocal de Comunicación.