El atracador exige a la dependienta que le entregue el dinero de la caja registradora del negocio y, cuando la dependienta, obviamente aterrorizada, así lo hace, acto seguido el delincuente, sin mediar palabra, dispara en la cara a la empleada del comercio, antes de darse a la fuga a la carrera.
Poco importa que el hecho ocurriera en otro país (concretamente en Brasil), o que la clase del comercio fuera distinta de la de nuestro sector.
Porque delincuentes violentos, carentes del mínimo respeto, no ya por la hacienda sino, incluso, por la vida de las personas, los hay en todos los países del mundo - incluido el nuestro - y aunque no los hubiera, acabarían recalando en estos amables lares.
Solo imaginar que cualquiera de los muchos honrados comerciantes del sector de la Joyería - sea dueño, o empleado - que desempeña su sufrido trabajo a pie de mostrador, pueda verse abocado a perder la vida, a dejar a su familia privada de su afecto y presencia, y sin el sostén que él representa, por el mero hecho de que alguien - a quién me resisto a calificar como ser humano - decida convertirlo no sólo en objeto de un robo, sino en receptor de una violencia asesina, injustificada e inmotivada, basta para revolver las entrañas de cualquiera de nosotros.
Sobre todo, por lo absurdo del acto de quién, tras haber conseguido su objetivo, causa el mayor daño posible sin el menor motivo para ello.
Basta con ver el noticiario para darse cuenta de que el mundo actual, plagado de crímenes, guerras, agresiones sexuales, racismo, maltrato familiar y, en resumen, violencia injustificada e injustificable, parece una terrible enfermedad para la que - y ojalá me equivoque - puede que se encuentre más allá de cualquier remedio.
Fernando Yandiola es abogado y director de Yandiola & Rodríguez, Asesores Empresariales, S.L.
