El lapislázuli es, probablemente junto al jade, uno de los minerales más antiguos de los que se tiene constancia en la fabricación de joyería y también se le atribuyen propiedades curativas. De hecho se han encontrado ejemplos en piezas procedentes del Antiguo Egipto (escarabajos sagrados, máscaras funerarias…) y también en culturas posteriores como la romana o precolombina.
También hay que recordar que se trata de una piedra que no goza de la mejor reputación en estos tiempos puesto que Afganistán –el principal productor mundial—está bajo sospecha de las ONG’s porque su extracción podría estar financiando grupos talibanes.
Aún así, además de encontrarlo en Afganistán también existen otros depósitos en Alemania, Angola, Canadá, Chile, Estados Unidos, Birmania, Pakistán y Rusia (lago Baikal). De lo que no cabe ninguna duda es de que estamos ante una gema única por su intensidad y magnetismo.
Características gemológicas
Gemológicamente, el lapislázuli es una piedra compuesta por los minerales lazurita, silicato cálcico, wollastonita y calcita, que producen el veteado gris y blanquecino, además de pirita, que produce los reflejos dorados.
Tiene un peso específico de 2,4 y dureza de 5,5 en la escala Mohs, brillo vítreo y fractura concoidea.