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Chasco

Un artículo de Enrique Orozco, gemólogo y vocal de la Asociación Española de Tasadores de Alhajas

miércoles 02 de marzo de 2016, 07:00h
Enrique Orozo
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Enrique Orozo

Parece mentira que cuando en materia de comunicación nos asombran los avances tecnológicos, en otros campos estemos anclados en el Medioevo. Desde los chavales con ocho o nueve años hasta las abuelas tienen su teléfono móvil ...

... con internet y un montón de aplicaciones. Y todo el mundo sabe que en cuanto pasen a lo sumo tres o cuatro años estarán obsoletos y habrá que reemplazarlos por otros.

En cambio hay mucha gente que cree a pie juntillas que unas joyas viejas son un tesoro que se revaloriza con el tiempo. Cuando uno de nosotros recibe la llamada de alguien interesado en una tasación sabe que bajo ningún concepto debe dar pábulo a las expectativas de nuestro interlocutor; al contario, hay que comportarse como un escéptico Santo Tomás: hasta no ver (con la lupa de 10x) no creer.

Y está el caso particular de quien quiere tasar unas piedras, unos minerales, algo que dice haberse encontrado o heredado o traído de un país remoto y por lo tanto está rodeado de un halo misterioso. Si concertamos una cita la mayoría de las veces el interesado sacará muy sigiloso un paquetito que deshará lentamente poniendo sobre nuestra mesa con mucho mimo unas cuantas "maravillas de la Naturaleza". En ese punto nuestro mayor problema estará en cómo decirle a esa persona que el mejor destino que puede darle a esos pedruscos sería depositarlos en un contenedor de color amarillo, el de materiales inertes.

Yo no sé si obro bien, pero cuando se da el caso, que se me han dado varios, lo que hago es hacerme el tonto y declararme lego en la materia a la vez que le aconsejo que acuda a un mercadillo de minerales donde le informen. Allí podrá desengañarse cuando compruebe como los comerciantes le indican que tienen minerales en cajitas a un euro mucho mejores que los suyos.Uno ya va siendo mayor y no tiene necesidad de berrinches ni gastar saliva en vano.