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Las huellas del trabajo

AETA recuerda la necesidad de conocer los procesos de fabricación para tasar correctamente

jueves 29 de octubre de 2015, 11:35h

No nos cabe ninguna duda, para todos aquellos que de un modo más o menos profesional nos dedicamos a las tasaciones de joyas, de que tener ciertos conocimientos sobre cómo se trabaja en la joyería es algo importante.

Habitualmente, se le da la importancia a la gemología así como al conocimiento e identificación de los distintos metales. Y es lógico hacerlo así dado que el mayor valor de los artículos con los que trabajamos radica precisamente en estas cosas. Y también sabemos todos, o deberíamos saberlo, que un puñado de diamantes y un buen trozo de platino, por ejemplo, nunca van a tener el mismo valor que una buena sortija de este material que lleve engastados dichos diamantes.

Sabiendo esto, extraña el poco conocimiento que tienen algunos compañeros sobre cómo se realizan los trabajos de joyería y de orfebrería, el desconocimiento casi total de las herramientas que se usan y de las técnicas con las que dichas piezas se fabrican. No se sabe buscar e identificar en una pieza las huellas que delatan el tipo de trabajo con el que ha sido creada.

En los más de los casos, y salvo honrosas excepciones, se tienen ligeras nociones de cómo se trabaja en lo que algunos llaman ‘joyería tradicional’ y otras nociones igual de básicas de la ‘joyería hecha a máquina’, como se dice en ocasiones para referirse a los procesos de fabricación por microfusión.

Pero son pocos los que son capaces de distinguir las marcas del limatón del sacador de fuego de las deformaciones de los planos propios de los trabajos realizados íntegramente a lima. No se suelen diferenciar las soldaduras mal repasadas de las patillas de una garra de los aportes excesivos de cera en el mismo sitio a la hora de conformar el árbol para la fundición.

No se distingue entre una garra inglesa de ilusión y un picado de orla, y por supuesto, en consecuencia, no se es capaz de apreciar las enormes diferencias de trabajo entre una y la otra, y no estableceremos los precios adecuados.

Y si esto es así para lo que podemos llamar en un sentido amplio, joyas actuales, ni os cuento lo que pasa con las técnicas de fabricación de hace doscientos años, o dos mil, ya puestos, porque entre poco material que nos ha llegado hasta nuestros días para poderlo estudiar y el poco interés que demostramos muchos, la mayoría no tendremos ni idea de por dónde empezar a meter mano a una joya de según que época, corriendo el riesgo de cometer errores de bulto.

Del mismo modo, pocos son también aquellos capaces de describir como funcionan procedimientos punteros y novedosos de fabricación, como las nuevas máquinas de elaboración de cadenas, o los robots de pulido, pocos son capaces de reconocer las soldaduras realizadas por un láser, y menos aún distinguirlas de las de un soldador eléctrico.

Y sin tener que avanzar tanto, distinguir entre los procesos de cataforesis, los baños electrolíticos y las anodizaciones y oxidaciones en metales cada vez más usados como el acero o el titanio, sin olvidarnos del oro o la plata. Si desconocemos todas estas cosas, ¿cómo establecemos el valor de las piezas que nos lleguen? Imaginad que no sabéis distinguir una esmeralda natural de una sintética, ¿cómo establecer el valor de una joya que la lleve? La primera pregunta es hermana de la segunda.

Aún reconociendo la preeminencia e importancia de los conocimientos gemológicos y de los metales a la hora de tasar, los que hacen referencia a los procedimientos de fabricación deberían ser tenidos en cuenta y tomados más en serio a la hora de formarnos, y sobre todo, de reciclarnos como tasadores de joyas, así como para cualquiera que pretenda considerarse como un profesional en el mundo de la joyería.

Manuel León Morales
es el socio Nº 178 de AETA.