Si hay una cosa sobre la que podemos estar de acuerdo, todos los intervinientes en el sector de la joyería mundial, es el hecho de que la lucha contra lacras tales como el blanqueo de capitales, la financiación del terrorismo y los conflictos militares, o la explotación de unos seres humanos por otros, en aras de la obtención del máximo beneficio, depende en gran medida ––obviando el hecho de que, en cierto modo, se trata de una auténtica utopía–– requiere de un delicado equilibrio entre todos los participantes en las operaciones económicas que conforman nuestro sector.
Quiero decir con esto, que de poco sirve que en los países donde se realizan las operaciones de venta de artículos de joyería los destinatarios finales, tratemos de cumplir con la mayor certeza y seguridad posible los requisitos para garantizar la limpieza de estas operaciones, si en el origen de las mismas es decir en la extracción u obtención de aquellos productos que han de servir para elaborar los artículos que vendemos, desaparece o no se implementan debidamente los controles para asegurar esa misma limpieza.
Por más que yo me cerciore de la bondad de la operación de venta que realizo, y de la honestidad del cliente que me la adquiere, si lo que vendo es un "diamante de conflicto", esa operación tan pura estará sirviendo para financiar todas esas lacras contra las que intentamos luchar.
Y por esto, el hecho de que uno de los más prestigiosos fundadores del proceso Kimberley desista del mismo, alegando que la falta de voluntad para actualizarlo lo ha llevado al fracaso, no es sino una pésima noticia para todos.
Fernando Yandiola
Abogado y director de Yandiola & Rodríguez, Asesores Empresariales, S.L.
